sábado, 12 de marzo de 2011

In meiner dunklen seele...

Quiero y no puedo salir de este tormento que me consume el alma, corro por aquel bosque frio, la niebla que ahí habita es oscura, mi cuerpo frágil y cansado está debilitado e irremediablemente caigo al suelo, siento el frio consumirme y aun más, aquella melodiosa canción con la que se inicio todo y que no parara hasta tenerme de nuevo entre sus garras…
Mi aliento se vuelve incontable y tal agitación es fatal, ya que con un último esfuerzo, gritó en espera de ser escuchada, pero lo único que consigo es llamar su atención…
Me tomó de nuevo entre sus brazos y cual si fuera muñeca de porcelana me acaricio con amor y ternura para llevarme de nuevo a aquella vieja mansión abandonada, donde sus sueños se hacían realidad y los míos tan solo huían.
Me despojo de mi arruinada ropa y me llevo a sus aposentos, por un instante creí lo peor, pero de nuevo me equivoque…
El canto de los cuervos hacían estremecer mi cuerpo y el crujir de la casa, me tomaba por sorpresa, sin saber lo que por su cabeza pasaba me recostó en aquella su cama y me vistió con delicadeza, inicio con unas medias de seda, siguió con aquel vestido de novia que me había encantado a simple vista. Era misteriosa la forma en la que solo me miraba, esperando decirme algo, pero a la vez no queriendo decir nada. Sentí como  posaba su mano en las heridas de mi brazo, que aun sangraban, para después lamer la sangre que fluía con su lengua, aun así  mi gesto siguió intacto. Un gemido salió de su boca con cierto toque de excitación, con lo cual mi mirada se desvió hacia el techo, impactándome, pues eran increíbles esos detalles de aquella pared, ilustraba lo que sería el fin del mundo, muerte, sangre, todo un panorama de oscuridad.
Al terminar con mis brazos, siguió con mi cuello, pues aun había rastros de mis muchos intentos fallidos de no querer vivir, su cuerpo estaba sobre el mío, sintiendo esa fuerte conexión por la cual quería seguir a su lado,  pues el siempre me daba vida, cada vez que yo quería muerte…
Su lengua recorría mi lastimado cuello y no pude evitar cerrar mis ojos y disfrutar del dolor que eso producía, pues era lo único que yo podía sentir, dolor…
Terminó de darme los últimos arreglos y una vez más me tomaba en brazos, sus ojos eran tan impenetrables, que solo notaba la dureza con la cual me miraban, en la calidez de su cuerpo podía sentir ese odio hacia la vida misma, producto de estar tan solo, en aquellos días simples y lluviosos,  que en donde cayera  la noche, nada tocaba, en la que nada sentía. Era como si él fuera la luna y yo un pequeño rayo de sol que en la sombra brillaba, puesto que el veía mi alma como algo preciado, algo que no quisiese soltar en su miserable soledad, en donde la oscuridad era infinita y el miedo me alejaba de mis deseos de cobardía…
Llegamos a un salón, en donde la penumbra reinaba, e inicio un réquiem, dulce melodía, escalofriante baile, no podía moverme y mi cuerpo tenía un contoneo de caderas inevitable, que me hacia irresistible contener el baile y mi cuerpo parecía flotar al lado de él, como si la muerte misma me estuviera guiando hacia ella.




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